lunes, 10 de enero de 2011

La pistola

Mi hermano Enrique me muestra la pistola.
En casa siempre ha habido, al menos, una pistola. Tanto es así que, a los 4 años, le digo a la hija del comisario del pueblo, que no está bien contar que su papá tiene armas en casa. Que esas son cosas que no se dicen. Cuando se lo digo a mis padres, se preocupan. Me explican que esa es una manera de decirle al otro que en casa hay armas, que en esos casos, mejor me quede callado. Dicen que la policía no es buena.
Enrique esta rompiendo La norma: “Nunca tocar la pistola ”. Se qué es una pistola y se que, en este caso, estamos ante una 9 milímetros. Lo que no sé, es por qué, Enrique la esta tocando. Tengo ganas de decírselo pero él siempre sabe, es el hermano mayor. Tengo 7 años y él 9. El me cuida, me defiende y siempre sabe. Yo sigo con la inocencia de los 7 porque él sabe.
Saca el cargador apretando un botón. Tira del carro de la pistola hacia atrás y salta la bala de la recámara. Enrique me sonríe con aire ganador. Cuando yo quiero tocar la pistola, no me deja. Soy muy chico
Antes de eso, me mostró el escondite de la pistola. Eso es como un juego. Esconden la pistola y nosotros siempre la encontramos. La miramos y nos damos por satisfechos, nunca la tocamos. También hacemos eso con los regalos de navidad y tampoco los tocamos. En este ultimo caso por miedo a arruinar la navidad, en el otro por que nos han dicho que eso no se hace.
Cuando pregunto cómo es que sabe eso y por qué toca la pistola, me cuenta una curiosa historia.
El compañero que cuida la casa del niño, tiene una igual. Bueno, parecida. Todas las 9 milímetros se parecen. Un día Enrique se puso a hablar con él y el compañero, que tenia que limpiar el arma, le fue explicando como se hacía. Le había enseñado a desarmarla pero Enrique no se acordaba, así que sólo la descargaba. El compañero, un morocho con el típico bigote, le había dicho que no lo hiciera nunca solo, pero la tentación era grande. Además, técnicamente, no estaba solo, estaba conmigo.
Después, ponía la bala en el cargador y lo volvía a poner en la pistola. Hacía un clic muy lindo cuando el cargador quedaba puesto. Por último ponía el seguro para evitar accidentes. Siempre con la pistola apuntando al techo
.
Una vez hecho esto, la cosa se volvía aburrida. Ya estaba, sólo podía mirar. Enrique guardó la pistola y nos fuimos a buscar los trompos. Estaban de moda en el barrio y no se nos daban mal. El mío tenía chinches en la parte de arriba para que no me lo rompieran en las guerras de trompos. Guerras en las que nunca entraba porque suponía que si me lo rompían, mis padres no iban a comprarme otro. En las que jugábamos de mentira, no me iba mal. Ganaba y perdía pero no era malo. En cuanto la cosa se ponía sería, me retiraba.
No sé cuanto pasó pero una tarde sonó un tiro en casa. Enrique estaba sólo en la habitación de mis padres. Mi mamá salió corriendo para la pieza. Pese a que escuché el tiro,  no pensé nada malo. En realidad, no pensé nada en absoluto. Mi mamá pensaba por todos. Enrique estaba con cara de susto, no sé si por haber sido descubierto, o por el tiro. Se ponía muy serio cuando lo agarraban en un renuncio. No intentaba disimular y aceptaba las consecuencias de lo actuado como si fuera un adulto, siempre ejerciendo de hermano mayor. Mi mamá se fijó, desesperada, si estaba bien. Después miro a donde había dado el tiro y después se preocupó por la policía ¿Había que levantar la casa? ¿Se habría oído el tiro? ¿Alteraba eso la rutina del barrio? ¿Alguien se sorprendería y llamaría a las autoridades? Mamá hizo un par de llamadas y decidió que haríamos como si nada hubiera pasado. Retó a  mi hermano pero parecía más aliviada que otra cosa. Nos dijo que cuando viniera papá ya hablaríamos, lo curioso es que la amenaza sonaba más para él que para nosotros. No dejaba de preguntarle a Enrique en qué estaba pensando y por qué había agarrado la pistola. A mi me puso la televisión y me hizo la leche.
Cuando le contamos a papá tampoco hubo gritos. Mi hermano y mi papá fueron a la habitación y hablaron a solas. Papá salió y me dijo que nunca, pero nunca más tocáramos la pistola. Dijo: Ahora la voy a dejar acá, mostrándonos un lugar en su habitación, no la busquen, no la toquen. Es muy peligroso y hoy tuvimos suerte. Nadie se lastimo y no tenemos que mudarnos, pero podía haber sido una catástrofe….
Enrique estaba muy compungido porque cuando le contó a papá quien le había enseñado a descargar una pistola, se había enojado mucho. No volvimos a ver al compañero. Parece que lo mandaron a otro lado después de “cagarlo a pedos”. Años después nos contaron que había muerto en El Salvador combatiendo en las filas del FMLN pero nunca lo supe con certeza. Los años que vinieron estaban llenos de muertos reales pero también hubo confusiones y se dio por muerto a gente que no lo estaba.

Nunca más nos escondieron la pistola. Enrique había arruinado el juego para siempre.

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