miércoles, 1 de julio de 2009

De madres y esposas

Mi madre piensa que soy un gobernado; la madre de mi primo piensa lo mismo de su hijo; la madre de mi mejor amigo igual. Mi mujer piensa que mi madre me maneja a su antojo; la mujer de mi primo lo propio de su esposo, la mujer de mi amigo lo dice abiertamente… yo no sé si podemos decir que esto es un mínimo común múltiplo, mínimo común divisor (siempre me gustaron esas expresiones matemáticas) o solo un mínimo común a secas.
Al final los maridos, que también somos hijos, estamos en el medio de un sándwich formado por las dos mujeres más importantes de nuestra vida: la madre de uno y la madre de nuestros hijos. Ellas nos envuelven en una sorda lucha de poder para ver quien ejerce más influencia.
La madre cuenta con la ventaja de que nuestro amor por ella es incondicional y eterno pero también con la desventaja de que eso va en los dos sentidos. Sabemos que nos va a querer siempre.
Lo más raro es que estoy casi seguro de que esa situación que vivimos mi amigo, mi primo y yo se repetirá con nuestras mujeres cuando nuestros hijos varones sean mayores y tengan novias o esposas. Cuando llegue el momento, me voy a reír mucho de mi mujer. Si saco el tema se enoja y jura que ella no será así, que nunca en la vida se convertirá en suegra. Como se enoja mucho, y debo confesar que no soy un hombre valiente, dejo el tema en seguida.
Recuerdo cuando mi madre decía lo mismo de mi abuela, a la sazón su suegra. Yo nunca seré así, quiero que seáis buenos maridos, nunca seré una suegra típica…. Y ahí la tenemos… así que si lo hace mi madre (la mejor mujer del mundo) que no hará mi mujer con sus hijos varones.
Mi tía y mi madre son mujeres de su época. Fueron feministas rabiosas en los 70 y ahora los siguen siendo pero mas moderadamente. Pelearon con sus maridos, que eran machistas y estaban acostumbrados, por la que ahora era su suegra (la abuela), a que les hicieran todo. Obligaron a los vagos de nuestros padres a moverse un poco y a, por lo menos, simular que se ocupaban algo de la casa. Recuerdo a mi padre fingiendo que hacia una cama, o haciendo como que limpiaba la cocina. En ese aspecto hay que reconocer que ambas fueron cruelmente derrotadas por la educación machista y la vagancia de nuestros progenitores. Si mi padre se quedaba cuidando a uno de mis primos cuando era bebe y el niño se cagaba, me hacia subir del patio para que le cambiara los pañales. No eran esos pañales descartables que se utilizan ahora. Eran los de tela, así que cambiar a un bebe era un poco rollo y mi padre pasaba. Que mi primo cagara a los 6 meses como un adulto que se hubiera tragado una ballena podrida no es una excusa para que tuviera que subir yo a cambiarle los pañales.
Porque claro, el feminismo de mi madre, además de luchar para que mi viejo se levantara del sofá y la ayudara, consistía en educar niños no machistas. Éramos todos varones así que mi madre planeo que su pequeña revolución feminista empezara por casa. De pequeños nos enseñó a limpiar, fregar, planchar, cuidar niños etc. Sobre todo nos enseñó que no había trabajos sólo para chicas o sólo para chicos. Nosotros ayudábamos con la mesa, la comida, la compra etc.
Ustedes, sobre todo las lectoras, pensaran que eso esta muy bien. Estoy de acuerdo, mi madre hizo lo que debía pues las que transmiten el machismo son, básicamente, las mujeres. La discusión no es si los hombres somos machistas o no, el dilema es: por qué hay mujeres que educan a sus hijos para que sean machistas. Los hombres lo tenemos fácil, lo único que tenemos que hacer es dejar que nos hagan todo. No es un papel muy difícil y se puede desempeñar por convencimiento o por comodidad. Hasta la educación igualitaria de mi madre se tambalearía si hubiera elegido como esposa una mujer machista que se encargara de la casa, los niños etc. No se me ocurre nada más tentador que llegar a casa sentarme en el sillón y que me atiendan… hay que tener mucha fuerza de voluntad para luchar contra los beneficios que uno obtiene sin esfuerzo. Solo por tener pito. O eliges una mujer que no te de esa opción en absoluto, o terminas más o menos acomodado con su machismo. Es como renunciar a una religión que te tiene por dios, no se me ocurre cómo podría nadie hacerlo.
Lo curioso es que después de machacarnos toda la infancia hasta que nuestra respuesta fuera automática. Me veo como el protagonista de karate kid, sólo que en vez del “dar cera, pulir cera era”: levantar la mesa, lavar los platos…hasta que nos doliera quedarnos sentados disfrutando de la sobremesa si las mujeres se levantaban. Era aprovechar cualquier oportunidad para soltarnos el rollo de la igualdad y los derechos de la mujer. Era perseguir cualquier fisura en nuestro igualitarismo para sutilmente dejarla en evidencia. Vamos, que nos concienciaban todo lo que podían. No quiero que se imaginen a mi madre con traje Mao soltando parrafadas revolucionarios cada dos por tres pero… algo así.
En las reuniones de mi familia política ampliada (primas políticas, tías políticas abuelas políticas etc.) el único varón que se levanta y ayuda con la mesa cuando terminamos de comer soy yo. Alguna vez he descubierto a mi mujer, que se queda sentada, sacando pecho, con una leve sonrisa lateral mirando a alguien como diciendo: mirá que educado lo tengo. Cuando hago lo mismo en la casa de mis primas, ellas dividen sus miradas de odio (mirá como lo explota la guacha) a mi señora y de pena vergonzante (después de todo debería poner firme a mi mujer) y lastima hacia mí.
Ahora que es suegra, a mi madre ya no le hace tanta gracia que sea un hombre igualitario. Ya no le parece tan bien que su hijo haga las cosas de la casa. Dice que no hago la mitad, que si fuera así, ella no le parecería mal, que hago todo y que eso no es justo. Mas allá de que mi madre pueda tener algo de razón y sea un poco explotado en casa por la de la sonrisa lateral, no creo que sea una cuestión de porcentaje. A mi madre le gustaría aunque hiciera menos de la mitad. Más bien parece que le molestara que no me haya convertido en la clase de hombre contra el que ella combatió con tanto ahínco.
Después nadie entiende por qué los hombres estamos tan desorientados con los nuevos papeles que asume la mujer en nuestra sociedad. Si nos educa una mujer machista, llegamos a casa y nos encontramos con que la nuestra no lo es tanto. Tenemos que luchar a brazo partido para mantener alguno de los privilegios a los que nos tenía acostumbrados nuestra madre. Si nos educó una mujer feminista y hacemos de todo, nuestra progenitora nos pone caras…
Un amigo me invitó a un grupo de autoayuda para hombres. Se reunían cada quince días para hablar sobre el nuevo papel del hombre en esta sociedad. La sexualidad masculina ante los nuevos desafíos, creo que se llamaba. En esos días había visto que una asociación de hombres igualitarios del sur de España hacía manifestaciones en la calle, por ejemplo, se juntaban en la peatonal de la ciudad de Sevilla y se ponían a planchar para hablar a favor de la igualdad de género. Me pareció interesante así que le pedí a mi amigo que me avisara de la próxima reunión.
Me sorprendió que la reunión no fuera en un bar y en noche de partido pero cuando llegue a la casa y vi que no había ni cerveza, ni ruido y que nos sentábamos todos con una luz tenue a hablar de nuestros rollos, casi me desmayo. Cuando dijeron: ahora nos sacamos todos la camisa y nos damos masajes unos a otros, me levanté y me fui. Como dicen en España: mariconadas las justas….