miércoles, 27 de mayo de 2009

mi mundo

Mi mundo era una calle de tierra que terminaba en unos columpios. Vivía en una casa hermosa con mis padres, hermanos y un perro. La casa tenia un patio trasero misterioso y peligroso. Por esta razón nunca jugábamos en el. El delantero estaba flanqueado por unos muros muy altos que de vez en cuando escalábamos para ver a las vecinas. Lo mejor era la cocina. En ella los muebles estaban pegados a la pared y subían y bajaban según la voluntad de mi madre.

El final de la calle eran unos columpios en un campo de ripios. El parque de los columpios tenia, en un lateral, un zanjón enorme, lleno de agua estancada. Mi hermano mayor se había caído en el una vez y por eso mi madre nos aconsejaba siempre que nos mantuviéramos alejados del zanjón. Para mi, era un sitio terrorífico así que por nada del mundo me acercaba. La niña mas grande de la calle nos enseñó a columpiarnos y si había otros niños cuando llegábamos les tiraba piedras hasta que se iban.

No recuerdo que mi calle tuviera esquinas, ni que fuera a ninguna parte. Mi mundo empezaba y terminaba en ella.

Después nos mudamos a una esquina. La calle ya era asfaltada y el patio trasero se podía utilizar. Tenia puesta una estructura de caños metálicos que nos permitían jugar al Zorro, o a Robin Hood, según lo que acabáramos de ver en la tele. A unos diez metros de la puerta de mi casa había un almacén. La dueña amaba a mi hermano pequeño así que el enano aparecía de vez en cuando con una golosina regalada, que comía con deleite. Hasta ese almacén iba solo. Compraba pan, coca cola o algo que a mi mamá se le hubiera olvidado comprar donde fuera que hacía la compra. Entre las veredas y la calle, había siempre un pequeño río de agua verde. Una chica mas grande que nosotros se enjuagaba los pies en esa agua. A mi me daba un asco espantoso pero no dejaba de admirar a la niña que no tenia temor a contagiarse nada. La chica iba descalza y se burlaba de nosotros y de nuestro asco.

En esa esquina siempre era verano.

Por ahí pasaba el carnaval. Mi madre nos disfrazó de indios que es el disfraz mas fácil del mundo: un pantalón corto, una vincha y pintura en panza y cara. Pasó la murga y me enamore del baile. El vecino que venia con ellos se convirtió de repente en mi ídolo. No se ni de donde venia, ni adonde iba la murga. Solo la vi pasar.

Mi mundo ya incluía una escuela aunque no el camino desde mi casa hasta ella. Allí hice mis primeros palotes que era la mejor forma de aprender a escribir. La señorita llego el primer día y preguntó quien sabía leer. Un chico se paró, cogió el libro de lectura y pasó al frente. Este chico hizo una lectura detallada de lo que se mostraba en el dibujito de la primera hoja del libro. Creo que lo descubrieron porque añadió demasiados detalles, sin eso, no se si la maestra se hubiera dado cuenta de que en realidad no sabia leer. A mi, pese a que la seño dijo que estaba mal decir que sabíamos leer si no sabíamos, me pareció ingenioso el intento. Nos hicimos amigos.

Luego nos fuimos a una casa a mitad de cuadra. El mundo no paraba de crecer, llegaba hasta 3 calles mas allá, donde estaba el supermercado y la casa de mi tía, que estaba en frente. En realidad era tía de mi madre pero como le decían tía … yo también la llamaba así. Ibamos seguido a su casa e incluso empecé a estudiar ingles con mi prima , o la prima de mi madre supongo. De esa época se que “pelota” en ingles se dice ball. Fue lo único que aprendí pero lo recuerdo hasta hoy. Así que podemos decir que la prima era una gran profesora.

Para ir al súper teníamos que cruzar dos calles así que no solíamos ir solos pero soy conciente del camino. El mundo, de todas formas, crecía solo hacia ese lado. Por el otro, solo llegaba a la esquina. En una de esas esquinas vivía un amiguito que tenia un padre mecánico. El padre tenia estacionado en la puerta de su casa, un coche viejo, como de película de gangster. Nos colábamos dentro y jugábamos a conducir. Frente a la casa del mecánico empezaba una especie de selva impenetrable. Jamás íbamos ahí y la selva no se extendía hacia ningún lado que yo recuerde. Era solo una esquina. A la derecha de mi casa teníamos una vecina muy simpática que nos cuidaba de vez en cuando. En su casa vi por primera vez como se pelaba un cerdo, mas bien un lechón o cochinillo, para la cena de navidad. Un poco mas allá, pero en la misma calle, había un bodega de vino. La robaron mientras vivíamos ahí y fue la comidilla del barrio durante un tiempo.

Mi casa no era tan linda como la primera pero por lo menos se podía recorrer entera, incluso el patio trasero. En este había una parra que nos daba sombra y uvas en verano. Aun hoy estar bajo una parra me parece una definición de la felicidad. Teníamos una segunda planta que en realidad consistía en una habitación en medio de la terraza. La vi alguna vez pero como era un trastero no subíamos demasiado.

El patio delantero servia de cancha de fútbol, bosque de Sherwood y de piscina en verano (las heroicas Pelopincho). Salvo el rincón de la tarántula, que era muy peligroso, el patio era muy bonito.

La vecina de al lado, no la simpática sino la del otro lado, tenia un limonero que invadía el espacio aéreo de nuestro patio. A mi abuela eso le parecía mal por alguna razón y cuando hacia milanesas nos enviaba a robarle limones. Era estupendo porque la abuela hacia las milanesas, ponía la fuente llena en medio de la mesa y antes de que empezáramos a comer nos mandaba corriendo a por limones. El mundo tenia una laguna entre del limonero y la esquina del mecánico.

El mundo siguió creciendo. Ahora se le sumaba el camino a la escuela. Una avenida larga que primero pasaba por un orfanato y continuaba con un manicomio. Una caminata de lo mas estimulante. Los huérfanos vestían unos guardapolvos grises y solo se los veía cuando se interrumpía el enorme muro gris al llegar a la entrada del hospicio. Creo que lo que daba más miedo era el muro, que continuaba sin solución de continuidad durante todo el manicomio. A los locos no se los veía pero creo haberlos oído proferir gritos amenazantes y horribles.

En el colegio me iba bien, la profesora me amaba. Aprendí a leer muy pronto así que la señorita no me molestaba y todo lo que hacia le parecía bien. En esa escuela aprendí la importancia del color de piel. El mío, blanquito, el bueno pues me granjeaba simpatías sin que yo lo supiera. Seguía el color “café con leche” y luego el negro. vi por primera vez a un negro en ese colegio. Los demás le decían caraculo y lo trataban bastante mal. Lo que a mi más me sorprendía era que él lo aceptaba con resignación, como si fuera algo natural. Me explicó que era negro porque había tomado mucho el sol y me mostró las palmas de las manos como prueba. Me convenció porque las palmas eran blancas o casi. No creí que fuera justo que le dijeran caraculo a alguien porque hubiera tomado mucho el sol. Me hice amigo del negro y pase al grupo de los marginados de la clase en el mismo momento.

En el recreo, por un peso, me vendían un sandwich (bocata en español ibérico) de huevo frito. Mi madre se reía de que me gustara tanto esta especialidad pero me daba el peso.

 

Nos mudamos a un cuarto por escalera. En frente vivían unos “estudiantes”  que siempre metían mucho ruido. Al parecer estos “estudiantes” fumaban marihuana y las chicas solían desnudarse sin correr las cortinas, por lo menos eso comentaban mis tíos entre ellos. No creo que mis padres desaprobaran del todo la conducta de estos estudiantes, mas bien parecían divertidos con la extraña forma de vivir de estos vecinos. Nunca me cruce con ningún estudiante, ni fumando marihuana, ni desnudo, ni de ninguna otra forma. Debían tener horarios muy raros. Estaba atento a ello pues me habían explicado que los drogadictos eran peligrosos así que no me descuidaba.

En la esquina había una heladería enorme así que apenas conseguíamos algo de dinero íbamos corriendo a comprarnos uno.

La escuela quedaba mas lejos aun y teníamos que cruzar varias avenidas antes de llegar. Íbamos solos mi hermano mayor y yo. Mis padres discutían porque mi madre nos miraba alejarnos asomada al balcón y mi padre se iba a dormir apenas cruzábamos la puerta de casa.

Teníamos cierta autonomía y que aparecieron parques, calles y lo mas alucinante: una casa abandonada. Íbamos con mi amigo Ulises que era un poco mayor. La casa abandonada era alucinante. Podías romper cosas sin que nadie se quejara. Hacíamos campeonatos de romper cristales de la casa con la mano. Con la mano abierta das un golpe seco y rompes el cristal… También puedes hacerte un corte bastante feo… en ese caso perdías.

Ulises nos ayudo a agrandar bastante nuestro mundo. Como era un chico al que le gustaba pelearse siempre tenia desafíos en lugares lejanos. Teníamos que caminar un rato hasta donde nos esperaba el rival y sus amigos. Creo que nos llevaba por si la cosa se iba de las manos y teníamos que pelearnos todos con los amigos del otro. Nunca pasó, por suerte para Ulises.

También le gustaba apostar, empiezo a pensar si seria una buena influencia para mi hermano y para mi, así que varias veces toco salir del parque corriendo. Jugábamos al fútbol y él tenía mucha fe en el equipo así que apostaba. El problema era que no siempre ganábamos y no siempre tenía dinero. Cuando la cosa iba mal nos juntaba a todos y decía: “ no tengo la plata”… todos poníamos cara de “otra vez” y el inmutable seguía: “así que cuando nos metan el próximo gol, salimos corriendo cada uno para un lado y nos vemos en casa”. Se aprende mucho del mundo que te rodea corriendo por callejuelas para que no te pillen. Hay que reconocer que las veces que los acreedores agarraban a alguno, Ulises volvía y lo arreglaba todo con una buena pelea…..

Después… me mudé mil veces mas. Cambie de amigos, de barrio, de escuela y de país. Lentamente me fui despidiendo de mi infancia, tome dediciones y, como todos fui creciendo.

Han pasado un montón de años desde aquello. Desde que el mundo era tan pequeño que lo podía recorrer ,y de hecho lo hacía, en un rato. Ahora, después de mucho recorrido, de mucho vivido, el mundo es enorme. Mas amplío es el mío, menos grande me parece. Voy corriendo tras un horizonte al que nunca se puede llegar. Ahora mi mundo tiene diferentes países, calles , paisajes, rutas, conocimientos y solo puedo pensar en lo que me falta. Cada vez me parece mas acertada la frase “Sólo se que no se nada” y me parece bien que así sea. Estaba contento con un mundo pequeño, de una calle, pero también estoy contento de que la cosa se complique y pueda pensar en lo que aun no se, o no vi.

Mi hijo dice que no quiere crecer. Quiere ser siempre pequeño y vivir con nosotros toda su vida (creo que hay un montón de tipos de 30 años que piensan lo mismo). Intento explicarle las cosas buenas de crecer pero no se si lo convenzo. Él tiene claras las desventajas de que el mundo se amplíe y yo intento mostrarles las cosas buenas. Somos, en ese momento, dos caras de un proceso inevitable. Le cuento todo lo que va a conocer, todo lo que va a poder hacer, las chicas que se encontrara en el camino… pero él sólo ve lo que va a perder. Cuando no tengo mas argumento le explico que es inevitable.

Vaya a saber si lo mío es convencimiento o resignación pero llego a mis primeros 40 contento de haber llegado y de que mi mundo sea cada vez mas complejo para lo bueno y para lo malo.

Benedetti (un hombre que me ha acompañado buena parte de estos 40 años y que lo seguirá haciendo siempre) tiene un poema hermoso que dice que sigue haciendo todo lo que hizo siempre (correr el autobús, jugar al fútbol etc), que esta bien físicamente y que pese a tener 40 años se siente perfectamente… pero que antes de tener 40 todo eso no era importante.

Estoy contento pero igual, si pudiera conservar mi mundo, me cambiaría por uno de 25 tranquilamente, que uno es sensato pero no loco