
Mi tío estaba en ese mini supermercado (lo que vendría a ser un chino de los de ahora) perdido en un pueblo del norte Cantábrico, después de pasarse algunos años en una de las peores cárceles de la dictadura argentina. Hacía poco que había conseguido salir hacía España y juntarse con su mujer y sus hijos. Tanto se había juntado, que ya tenía uno más. Eran sus primeras vacaciones en familia y había optado por la formula más económica que había encontrado: el camping.