martes, 17 de noviembre de 2009

los equipos y la infancia

Cuando era chico y vivía fuera del país, una vez por año recibíamos la visita de mi abuela. Ella juntaba dinero todo el año y se lo gastaba en ir a ver a sus nietos a donde estuvieran.
Llegaba cargada de regalos y los infaltables alfajores Havana.
Cuando por fin volvimos a la Argentina, nunca los comíamos. Los alfajores Havana son, o al menos eran, un producto puramente de exportación y todos los argentinos parecían ser conscientes de eso. Cuando un argentino viaja al extranjero a ver a alguien lleva alfajores Havana. Cuando tiene que comprar alfajores a sus hijos compra Jorgito”, Balcarce, o el que sea que seguramente será más barato. Hasta hace bien poco no había demasiadas tiendas que vendieran esos alfajores, ahora los podes conseguir en cualquier lado y han abierto muchas confiterías de esa marca. Siempre con un halo de exclusividad digno de mejores causas.
Volvamos. Llegaba la abuela, ponía la maleta en la mesa del comedor y comenzaba a sacar paquetes. Los ya mencionados alfajores, dulce de leche, dulce de batata, yerba mate y por fin los regalos en serio. Los que no eran comestibles y por tanto efímeros.
Una vez trajo un metegol (futbolín en español peninsular) que fue todo un suceso en el barrio. Debía ser lo más parecido a tener una consola hoy día porque tenía botones en lugar de barras y los jugadores tenían trazado un camino en el campo, imposible de alterar. Fuimos los chicos con el mejor juguete del barrio y eso sólo ocurría si llegaba la abuela. El resto del año andábamos todos los hermanos con una bicicleta, dos patinetas, un par de patines etc.… eso nos convertía en expertos en conseguir que nos prestaran los juguetes los demás o en organizar juegos sin juguetes, que al final eran los más divertidos.
Pero lo que nunca faltaba, lo que la abuela no dejaba nunca de traer aunque vinieran degollando (cosa que pasaba en esos años en Argentina literalmente) eran los uniformes de los equipos de fútbol. Los uniformes de los equipos argentinos de los que éramos hinchas. Cuando nacimos, los hombres de la familia empezaron el ritual de seducción para llevar a los nuevos varones, hacia sus colores. Cada tío, primo, amigo de mis padres, pariente lejano, portero del edificio en que vivíamos, hacía su campaña particular. Uno te regalaba una camiseta, otro te hablaba de su equipo denostando a los otros, alguno se hacía el simpático y cuando te tenía completamente conquistado, te preguntaba inocentemente ¿De qué equipo sos? Y te explicaba porque el suyo era el mejor. Si mi padre hubiera sido más futbolero, se hubiera impuesto y hubiéramos sido todos de su equipo. A un amigo mío el padre le dijo que se hacía de San Lorenzo o que se iba de la casa. Mi amigo tenía 5 años en aquel momento y decidió hacerse “cuervo” esa misma noche. Dice que no le terminó de creer que su padre lo fuera a echar de la casa pero ante la duda…. Hoy en día es un “cuervo fanático” que no dudará un instante en utilizar ese mismo truco con su hijo si este llega a dudar entre su San Lorenzo de Almagro y otro equipo.
Como a mi padre el fútbol le daba un poco igual, el único que siguió al equipo de sus amores fue el mayor. Los demás nos fuimos haciendo hinchas de los equipos de nuestros tíos primos y amigos. “De cada pueblo un paisano” diría mi abuela que diría su padre, a la sazón mi bisabuelo.
La abuela traía el uniforme completo de su equipo de fútbol a cada uno de sus nietos. Camiseta, pantaloncito y medias. Así que ese día salíamos a la calle como si fuéramos jugadores de la liga argentina.
Nosotros pasábamos la vida jugando al fútbol. Era lo que hacíamos a la menor oportunidad y como éramos tantos siempre teníamos con quien jugar. Cada uno tenía su puesto según su habilidad, ganas y capacidad de imponer su voluntad a los demás. Todos queríamos ser delanteros centro o jugar con el número 10 de kempes. “El matador” era nuestro ídolo por aquel entonces.
La habilidad con el balón nunca fue mi fuerte así que me tocaba defender o me mandaban al arco. Resulté mejor portero que defensa. A mí me gustaba eso de tirarme a los pies del que tuviera la pelota y peleársela hasta el último momento así que fue casi natural que terminara de portero o arquero, según el lado del “charco” en el que estemos. Recuerdo que mi ídolo era Dino Zof portero de la selección de Italia. El de portero es un bonito puesto aunque un poco injusto. Un error tuyo y el equipo pierde. Los delanteros pueden perder muchas oportunidades y no pasa demasiado. El portero se equivoca y todos lo quieren matar. Debe ser por eso que pese a que el puesto me gustaba nunca le pedí a mi abuela un traje de portero. Me compre guantes, botines (no sé cómo se dice esto es castellano ibérico…¿zapatos de fútbol?), canilleras etc. pero nunca un traje de portero.
Ahora cuando voy al parque con mis hijos veo a unos hombres hechos y derechos que tienen organizado un partido semanal. Todos los sábados a las 11 de la mañana se encuentran y juegan un partido. Son horribles jugando pero a mí me gusta mirarlos. Me entretiene mirar fútbol mientras estoy en el parque. Nunca he podido evitar quedarme mirando cuando veo un partido organizado. Todos llevan ropa deportiva. Priman las camisetas de fútbol que tan de moda se han puesto de unos años para acá pero no es una cosa organizada. No es que cada equipo lleve una camiseta y eso sirva para distinguirlos. Cada jugador lleva la camiseta que tiene. Entonces ves de Brasil, de España, del Real Madrid, del Barcelona e incluso he visto alguna de Boca. Hasta ahí lo normal de un “picadito” de sábado a la mañana. El tema es el portero. Es un hombre mayor (mayor que yo por lo menos) canoso y que va vestido con todo el uniforme. La camiseta acolchada, lo mismo que el pantalón, sus medias más arriba de la rodilla, guantes, canilleras y botines. El hombre va preparado solo para jugar de portero, no hay otra posibilidad, nunca sale del arco y tiene varios uniformes enteros. Si lo miras detenidamente siempre hay una actitud profesional en él. Como si en vez de estar en el parque estuviera en un estadio y en una final.
Lo miro y no termino de decidir si lo admiro por seguir vistiéndose de jugador cada sábado; por de alguna manera mantener el espíritu infantil con el que salías de casa a jugar pensando que el uniforme te hacia mejor, o que las zapatillas te hacía más rápido; Por la constancia, por no tenerle miedo al ridículo…. O definitivamente pensar que hay gente que no se da cuenta cuando dejar la infancia atrás.
Un día en que se quedó solo después del partido estuve a punto de acercarme a debatir el tema con él pero como estaba con los patines, las muñequeras, las rodilleras y las coderas, me pareció qué en definitiva no era asunto mío.
Mientras él guardaba el balón (obviamente era el dueño), me alejé patinando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ha sido una historia preciosa

diego gimenez dijo...

me hizo acordar a un cuento creo que de fontanarrosa en el que hay un tipo que se pasa todos los partidos afuera, escuchando con una radio al lado de un árbol y que nadie sabe quien es